Metáfora marbellí, por Josean

marbella

Necesitaba unas vacaciones. De verdad que las necesitaba. Hay un indicador claro en mi caso. Sabes que necesitas unas vacaciones cuando empiezas a pensar en cargarte a alguien en el trabajo. No hablo de despedir a un colaborador o a alguien de tu departamento, pobrecillos ellos, sino que me refiero a asesinar a un superior o a un igual. Fríamente, de manera que parezca un accidente. Sospechosos habría muchos, móviles del crimen, cientos.

Intentaba relajarme los fines de semana, pero entre lo que leía (corrupción, Grecia, tomadura de pelo) y lo que veía en los telediarios (corrupción, Grecia, tomadura de pelo, pero además manipulado), el resultado era peor.

Insisto, necesitaba unas vacaciones, pero de las de vaguear, que son las que no me gustan. Y a eso me he dedicado con empeño estos días en una ciudad de la Costa del Sol que se supone que es un paraíso del descanso y la frivolidad: Marbella.

Sol, playita, baño relajante, cervecitas, familia, amigos, guiris recauchutadas en top-less,… Lo tenía todo para relajarme, para meterme un sedante en vena o una recarga a mis desgastadas baterías.

Claro que uno de los primeros días que me voy a bañar en la playa, me encuentro el agua muy sucia. Pero no sucia en el sentido de turbia o con esa capa de mugre que se forma a veces en las playas, sino con papeles, envoltorios de yogur, plásticos,… Son restos de basura que alguien ha arrojado al mar. No es lo habitual, las aguas suelen estar limpias, sobre todo en algunas playas de esta zona que conozco bien. Pero no falla, siempre que llegan restos de basura a la orilla, hay un yate a medio kilómetro de la costa. Un yate de 15 a 20 metros de eslora que ha podido vaciar sus bodegas de los incómodos desperdicios acumulados en su lujosa travesía. Te metes en el agua y apartas la basura como puedes, con las manos, para poder meter la cabeza en tu reducto medianamente limpio y claro.

En el fondo, no dejo de pensar que esto no es más que una inmensa metáfora de lo que ocurre en la actualidad, en la que unos ricachones, sean politicuchos o presidentes de grandes corporaciones, desde sus yates o desde sus poltronas, unos tipos en suma que nos desprecian, nos sueltan toda su mierda a sabiendas de que nos la vamos a tragar. Me dan ganas de coger a los bañistas o a toda la gente que estamos en la orilla y proponerles que vayamos al yate, “venga, no habrá más de 15 tíos en el barco, nosotros somos más de mil”, nadar con la navaja (nunca voy a la playa sin ella) entre los dientes a la manera de los piratas y abrir en canal a estos cerdos, maleducados, hijos de puta. Pero no, aparto de mí ese pensamiento, porque necesito relajarme.

Estos tipejos deben ser los mismos que luego pasean sus Ferraris o Lamborghinis por la ciudad. Corriendo más de la cuenta mientras hablan por el móvil descaradamente, porque las normas no van con ellos. A veces se pasean por Puerto Banús y les ves que pasan dos y tres veces por los mismos sitios. Para que se les vea. Para fardar, para “posturear”. Estos días, junto a los habituales Ferraris rojos o Lamborghinis amarillos, he visto un Bugatti negro, un Hummer rosa chicle, y lo peor de lo peor, un Rolls Royce plata. No color plata, no. Totalmente plata. No sé de qué material estará hecho, a lo mejor es papel de aluminio y estoy en plan paranoico, pero desde luego que tienen pinta de ser unos bugas carísimos. Hay dos modelos de tipejos que llevan estos carros: el tipo Briatore, maduro, pelo blanco, muy moreno, vividor, estafador, y el tipo niño de papá árabe, veintipocos años, piel oscura, no cuero como Briatore, y pelo, barba, patillas y bigote perfectamente atusados y combinados por su fino estilista.

Slamborghiniin embargo, ahí está el populacho, rodeándolos, exhalando gritos de admiración, babeando ante el rugido del motor, incluso cuando estos gilipollas que los conducen se ponen a acelerar delante de la terraza en la que te estás tomando unas cañas, para que les mires, o a las tres de la mañana para que se les oiga a un kilómetro de distancia. Sé que buena parte de ese populacho desearía poder tener un coche de estos, y darse el placer de conducirlo y luego zumbarse a la golfa de labios siliconados succionadores que irremisiblemente va en el asiento del copiloto, pero a mí ese rollo no me va. Lo que de verdad me pide el cuerpo es sacar la navaja del bolsillo (no salgo de casa sin ella) y arañarles la pintura. Sin miramientos. Y animar a la gente a que haga lo mismo. Y cuando estos tipos se acercaran a nosotros, al populacho indignado, les espetaría aquella frase de Balzac que nos recordó Travis cuando nos habló de Emilio Botín, digo de Vito Corleone, en su post El Padrino:

“Detrás de cada fortuna, hay un crimen”

Y les rematábamos en el sitio antes de que se valieran de sus matones o de las fuerzas del orden, que siempre están (sospechosamente) de su lado. Pero no, aparto de mí ese pensamiento, porque necesito relajarme.

Supongo que esta gente trae mucha pasta a la ciudad, como muchos dicen, y que por eso debemos transigir con que la ciudad se llene de horteras millonarios rusos, mafiosos italianos y árabes podridos en los petrodólares obtenidos en sus países, negocios estos en los que la vida de un trabajador de sus empresas, si es de Pakistán o de Bangladesh, no vale ni lo que la alfombrilla del Lamborghini.

Pero debemos transigir con ellos y sus costumbres, aunque estas incluyan ir a cenar a una pizzería y encontrarte una mesa con ocho mujeres con el niqab (velo incluido, mostrando sólo unos ojos tristes), mientras los “seres superiores”, los hombres, mayores y chavales, se encuentran en el bar de al lado con sus pipas y cachimbas. Debemos respetarlos aunque ellos no respeten a la mitad de su población, aunque luego nos crucemos a estas pobres mujeres andando en grupo varios metros por detrás de los hombres, sumisas como sólo hemos visto en documentales sobre Irán o Arabia Saudí. Pero bienvenidos sean mientras traigan pasta. Y que nuestras empresas sigan haciendo negocios en Oriente Medio con los jeques e ignorando las condiciones laborales de los trabajadores, porque la pela es la pela. Mi mente recuerda el artículo de Arturo Pérez-Reverte titulado Es la guerra santa, idiotas y mi cuerpo me pide sacar la navaja del calcetín (nunca salgo a cenar sin ella) y sajar varios cuellos a la manera del Estado Islámico por machistas hijos de puta. Pero no, aparto de mí ese pensamiento, porque necesito relajarme.

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Intento pensar que es normal, que es parte de su cultura y que como tal, debemos respetarla, pero al día siguiente voy a la playa y me encuentro, junto a decenas de mujeres tendidas al sol con menos tela tapando sus cuerpos que una Barbie, a un par de mujeres musulmanas con esos “fantásticos” trajes de baño que cada vez vemos con más frecuencia. Trajes de baño cuyos tejidos, por cierto, darían para cubrir a un par de centenares de turistas alemanas y escandinavas. Habrá quien diga que estas mujeres musulmanas se ponen esos trajes de baño voluntariamente, pese a los 35 grados imperantes, pero me niego a creer que una mujer, que por su propia condición reúne en el 98% de los casos un alto componente de coquetería, acepte libremente y sin coacciones (aunque sean mentales, propias de una educación represiva) esos modelitos. Pero debemos respetar esa cultura, ¿verdad, Arturo?, aunque a veces algunos extremistas de la misma cojan unas metralletas, vayan a una playa en Túnez y se líen a tiros con todos aquellos bañistas indefensos, que les ofenden al tomar el sol ligeros de ropa. El cuerpo me pide sacar el cuchillo que ya había enfundado tras tomar el yate, cargarme al “dueño” de las bañistas, y a continuación liberar a estas pobres mujeres de esos opresivos cinturones de castidad de cuerpo entero. Pero no, aparto de mí ese pensamiento, porque necesito relajarme.

Y en mi toalla intento no pensar en los problemas irresolubles del mundo, como la inmigración o el fraude fiscal, pero me resulta imposible. Seguro que buena parte de los tipos de los yates y los Ferraris tienen auténticos expertos en la evasión de impuestos y el blanqueo de capitales, pero lo que tengo a mano es a un tipo que me ofrece una cerveza bien helada a un euro. Sin factura, ni IVA, ni módulos, por supuesto. Un tipo con un carrito con hielo, paseando por la playa y gritando consignas con el gracejo andaluz característico, que te ofrece algo que tú deseas a un precio asequible, aunque lleve un recargo de más del 100% sobre el precio en tienda. Pero este tío no se considera un defraudador, como el fontanero, el albañil, el electricista, el pintor, el dentista, el peluquero o el tipo del bar, los defraudadores son los de los yates. Y los políticos.

Lo rechazas, al igual que rechazas al moro que va vendiendo pareos. Ves que el tipo de la sombrilla de al lado sí se pone a regatear con el moro, aunque no tiene ninguna intención de comprar nada y lo hace sólo por deporte. Somos mediterráneos, está en nuestros genes intentar pillar el chollo, sentirnos más listos que el otro, sobre todo si está más necesitado que uno.

Me resultan simpáticos los subsaharianos (negros zahínos, pero parece que está mal llamar negro a una persona que lo es, igual que nosotros somos blancos de piel que queremos ponernos tostados) que venden imitaciones de bolsos, gafas, relojes, de todo. Tienen buena presencia, se les ve muy limpios para estar en la playa todo el día con “la caló” y son tremendamente educados. Deben ser de lo mejor de la juventud de sus países y seguro que varios de ellos tienen formación, pero piensas en cómo deben estar las cosas en su tierra para preferir estar recorriendo las playas de un país extraño con el calor y varios kilos de peso encima.

masajistaLas que me tocan las narices son las chinas que te plantan en la cara un cartel aunque estés leyendo o hablando con tu compañera, un cartel que da miedo con la representación del cuerpo humano y varios puntos señalados que más parece una explicación de cómo pinchar un muñeco para practicar vudú. “Masás”, es lo único que saben decir. Supongo que se refieren a hacerme un massage, lo cual rechazo de modo tajante. El Colegio de fisioterapeutas de Málaga ha puesto en las playas un cartel advirtiendo de los riesgos para la salud de estos masajes, y su prohibición por parte de la Policía local. Pese a lo cual he visto ya a varias masajistas chinas dando masajes a menos de tres metros de los carteles. Pienso que las normas no van con los charlies, y que el intrusismo forma parte de su ADN.

No sé muy bien qué hacer con la navaja, si rajar a los defraudadores, a las intrusistas chinas, a los regateadores profesionales, a las pijas que compran productos falsificados, a los que las falsifican, o a los mafiosos explotadores de inmigrantes. Más bien me siento como ese tipo que llega al aeropuerto en Aterriza como puedas y se lía a guantazos y patadas con todos los que le ofrecen algo a su paso, testigos de Jehová, del Hare Krsihna, hippies vendedores de flores, etcétera. Pero no, aparto de mí ese pensamiento, porque necesito relajarme.

Y para relajarme, nada mejor que un paseo por el centro, por el casco antiguo. Antes de eso, voy por la circunvalación y me encuentro con varios esqueletos de viviendas sin terminar desde hace años, y pienso que seguramente serán en parte mías porque nos las enchufaron con el Sareb. Me dan ganas de presentarme en la sede de este organismo cuando vuelva a Madrid y “afeitar” con la navaja a todos aquellos con salarios superiores a 100.000 euros, que son unos cuantos. Pero no, aparto de mí ese pensamiento, porque necesito relajarme.

Paseo por el casco antiguo y observo cómo desgraciadamente han cerrado varios negocios a los que les tenía especial cariño, como una tienda de juguetes llevada con todo el cariño del mundo o un bar en un patio andaluz que regentaba una familia marbellí. Sobrevive afortunadamente una librería en la esquina de Jacinto Benavente que vi abrir hace casi veinte años. Lo que también encuentro son varias tiendas de chinos (Lester, será Lejano Oriente para ti, pero lo cierto es que ya están aquí, entre nosotros) y tiendas de lujo. En estos tiempos de crisis lo que ha crecido es la desigualdad, y por eso han tenido éxito dos tipos de negocios: los low cost y los dedicados al lujo. El centro (las callejuelas, la Plaza de los Naranjos, la muralla) está incómodo para andar por la masificación, porque como nos han dicho desde Europa tanto a los griegos como a los españoles, hemos quedado para el turismo, para saquear a los ricos del Centro y Norte de Europa con unos precios prohibitivos. La segunda vez que tropiezo con una silla de bareto en mitad de la calle, el cuerpo me pide desenfundar la navaja (nunca salgo de paseo sin ella) y degollar a guiris, Changs, empleados de tiendas de lujo y suecos regentando un restaurante que lleve la palabra “andaluz”. Pero no, aparto de mí ese pensamiento, porque necesito relajarme.

En mi paseo habitual por este casco antiguo, paso por la Iglesia de la Encarnación y entro brevemente, con respeto. Están en plena misa. Entro por la puerta que se hizo famosa en su día con Lola Flores y su mítica frase: “si de verdad me queréis, irse”. No doy crédito cuando al entrar en la iglesia me parece oír por los altavoces una canción de Isabel Pantoja, Háblame de Dios. No soy experto en la Pantoja, y a lo mejor la canción no es suya, pero desde luego la voz me recuerda un huevo a la golfo-tonadillera que descansa en la prisión de Alcalá de Guadaira. La gente escucha en silencio, sin indignarse, cuando esta tipa entró en la cárcel precisamente por saquear este ayuntamiento en compañía de ese camarero venido a alcalde llamado Julián Muñoz.

Claro que estoy viéndolo todo desde la puerta desde la cual La Faraona se dirigía al populacho, la misma mujer que después de ser pillada en flagrante delito fiscal pidió que todos los españoles contribuyéramos “una mijita” para paliar su pesada carga con el fisco. Ese día entendí de dónde le venía el mote de Faraona, porque en el antiguo Egipto los faraones eran una especie de semidioses y el resto eran esclavos que los soportaban y colmaban de riquezas. También es cierto que estoy en la ciudad que eligió alcalde durante doce años al tipo más golfo y sinvergüenza que se recuerda en este país, Don Jesús de tal y tal, y mira que ha habido ladrones bien gordos, así que no sé por qué debo extrañarme si la gente escucha en respetuoso silencio a la peluda tonadillera. La navaja empieza a iluminarse como la espada de Frodo cerca de los orcos, pero no sé a quién pasar a cuchillo, salvo, quizás, al que elige la música. Pero no, aparto de mí ese pensamiento, porque necesito relajarme.

Se me acaban los días aquí en Marbella, he disfrutado un montón. De verdad. Lo tenía todo para relajarme, y pese a lo escrito, creo que lo he hecho. Quizás he fallado en la elección de libros, vuelvo todavía más indignado.

Cara Josean

6 comentarios en “Metáfora marbellí, por Josean

    • Me alegra saberlo, estaba escandalizado. Sé de gente que todavía aprecia a la Pantoja, y hace unos meses hasta oí en la tele a una señora que pedía que la liberaran ya, porque… bueno… puede que algo se hubiera confundido… y que hubiera robado un poquito… pero que la culpa era de él… y que ella siempre había sido una gran artista. Olé, con un par, se les perdona todo porque son artistas. Como a Farruquito la primera vez que actuó después de su «pequeño incidente», con todo el teatro puesto en pie aplaudiéndolo. Total, solo había cometido seis o siete delitos. Debió ser el Teatro Pello, por lo menos. Saludos.

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  1. Muy bueno Josean!!!

    Has andado por el filo de tu navaja en casi todos los temas tabús de la actualidad, entrando y saliendo sin rasguño alguno. Diciendo tus opiniones, tus experiencias y comentarios de asuntos difíciles de tratar. Si los de los medios de comunicación te los publicaran como suelen (cortando y pegando lo que les parece) podrían ser tratados de racistas, populistas, machistas, derrotistas, comunistas etc. Pero leyéndolo todo (como manda el sentido común) te ha salido en mi opinión una buena ironía de las contradicciones humanas.

    Relájate y deja la navaja en casa antes de volver al trabajo.

    P.D. Te falto mirar dentro en el rincón de la derecha de la iglesia. Había un cartel que ponía: «Casting de monaguillos. Hoy selecciona el obispo de Granada».

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  2. Jajaja! Me alegro mucho de haber elegido El Antxobe para pasar mis días de relajo. Limpio y sin tonadilleras ni faraonas.
    No llevo navaja en el bolso pero si que eché de menos algún modelo de arma blanca cuando estuvimos comiendo boKatas en una taberna de esta parte del país donde hasta las servilletas de papel llevaban impreso el famoso «Euskal presoak Euskal Herria» tan conocido de la zona … 😉
    Hala! A relajarse !!

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